Mamaga
2 de noviembre 09
Javier Jaramillo Frikas
Columna
Prohibido Prohibir
¡”Silencio! ¡Y respeto!”. Así, determinado, Manuel Martínez Garrigós paró en seco el inicio de su discurso en tanto asumía como presidente municipal de Cuernavaca. ¿Qué tienen que ver estas palabras con la fotografía que a sí mismo se imprimió el político priista? Junto a él Marco Antonio Adame, el gobernador del estado. Se construyó el “puente de plata” para que transiten uno y otro por él. La tradicional ceremonia republicana tomó forma ayer, en un ambiente festivo que de manera natural se convirtió en purgatorio a la llegada del jefe estatal del ejecutivo, dado que la asistencia era netamente priista, y que lapso a lapso dio paso a la sensatez, las cordialidades políticas y un bien común: primero la gente, primero los morelenses, primero los cuernavacences. Eso se escuchó en los discursos y es lo que hay que obligar a ambos. Finalmente la política con sus políticos no tienen control sobre las emociones del ciudadano que ayer estuvo en Teopanzolco para celebrar su día a Manuel Martínez Garrigós. Presagiaba tormenta que, al final, fue lo que todos vimos: la aparición de la política en un clima propicio para la política.
“¡Silencio!. ¡Y respeto!”.
Pareció que regañaba al respetable, porque no sólo era la firmeza en la voz sino su mirada envolvente, seria, con la misma intensidad.
Se hizo el silencio y se marcó la línea del respeto.
Desmenuzar un bien vertebrado discurso, preciso diríamos, con un presidente emocionado pero controlado, es tarea periodística, sobre todo de aquellos que analizan, pero es mejor que lo distribuyan a los que gustan de la minuciosidad en la búsqueda del entrelineado. Fue un mensaje político, que en el gobierno del estado seguramente lo esperaban estridente, golpeador, quizá irrespetuoso, con un MMG rumbo a la yugular. No fue así. Predominó la política porque es lo que en este momento se necesita. La cordialidad política, incluso los abrazos mostraba afecto en ambas direcciones. ¿Por qué no? Cada uno en su trinchera, con su propósito en la aplicación del dicho certero: “Lo cortés no quita lo valiente”.
“¡Silencio! ¡Y Respeto!”
Y la gente entendió que el evento estaba más allá de los sentimientos partidistas, los agravios, las actitudes. Si a Martínez Garrigós le acompañaba en Su Día personas que representaban a otros muchos, tenían que entender que era anfitrión del gobernador Adame y que había que comportarse debidamente. No era una cena de negros ni el clásico acto cobarde que invertebrados personajes que incursionan en la política fraguan. No, el presidente de Cuernavaca sacó la sinceridad del hombre más que la actitud del político por satisfacer al jefe del Ejecutivo del Estado, hizo valer el recurso de la formación profesional, humanista y política encima de sentires naturales de gente auténtica, emanada de las raíces populares del pueblo que todavía no digieren el triunfo del 5 de julio anterior y su desbordamiento es tan auténtico como su pasión. La apabullante victoria del PRI, inesperada en su proporción, no significa actos de antropofagia, tampoco la espera “a la salida de la escuela” en montón. México y Morelos han vivido virajes espectaculares, con una sociedad en plena formación de cultura electoral, todavía indefinida en su real preferencia partidista, movida por los instintos y las intuiciones a partir de cómo los tratan. Eso es también un hecho. Son estos ciudadanos quien tiene el mejor calibrador para los gobiernos en sus tres niveles y qué mejor manera de manifestarlo con la altisonancia o la rechifla. Natural que así lo entiendan los hombres públicos, imperdonable que su interpretación sea diferente, cual celada, cual tecorral, cual acto gandalla.
“¡Silencio! ¡Y respeto!”.
El primer cabildo del ayuntamiento de Cuernavaca para los siguientes tres años estuvo dentro del esquema natural, donde tienen que haber porras, silbidos, groserías, caras sonrientes, muchas expectativas. Tan natural que en la fijación de posiciones de las fracciones unos debían llamar la atención más que otros, y eso no significa que sea el tamaño de su relevancia al interior del cabildo. Sin embargo, sí marca el bagaje de cada cual. “La nota” –por llamarlo periodísticamente—la dio el regidor del Partido Acción Nacional, Luis Salas Catalán, ex presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de Morelos, escuela de políticos sin duda, ya multipartidista, hasta hace 15 años totalmente priista.
A Salas Catalán lo recibieron con todo encima. Apostamos que si ha estado en alguna arena de lucha libre, lo descalabran, escupen, golpean, patean y lo hacen papilla. Lo que dijo era lo que debía. Fue un discurso llamativo cuya esencia fue, en el verdadero fondo, la necesidad de sumar esfuerzos por la grave situación que se vive en todas partes. Luis fue a lo que tenía. Sabía cuál sería la recepción y sacó lo que denotamos sin conocerlo a fondo: tiene discurso, gusta mecerse en la cuerda de la adrenalina a ocho metros de altura y será un integrante del cabildo al que vale la pena darle seguimiento. Alcanza un tono de voz que nos recuerda al cantante y compositor Napoleón cuando decía: “No es más hombre el que parece, ni el que grita más y espanta…”. Algunos estallan en gritos por miedo. Salas debe ser así, grita, gesticula, pero ambas cosas las coordina con lo que está pensando. A lo que iba y punto. Incluso le notamos una sonrisa de satisfacción tras saludar en la mesa principal: Misión Cumplida. Ante la inasistencia numerosa del PAN, él gritó por todos y si revisan sus expresiones notarán que hubo qué sacarle, había jugo. Era su trabajo.
La joven Vera Sisniega Aspe –hija del mejor ajedrecista mexicano de todos los tiempos, Marcel Sisniega, familia morelense de tradición—regaló la frescura de una generación de nuevos priistas que llegaron y han crecido desde la oposición, una corriente más exigente, menos complaciente, sin la cadena de la falsa institucionalidad que en el mal discurso es lisonja plena. Muy bien. Enseñó un rostro de la política a la que debemos acostumbrarnos los veteranos: directa, sin frenos ni estaciones de recarga.
“¡Silencio! ¡Y Respeto!”.
El presidente Martínez Garrigós estableció que su larga pelea por la posición que hoy ostenta legítimamente –como lo demuestran los votos—le ha servido para ser un político maduro, ya probado, el que se convierte de hecho en el principal priista del estado, sin menoscabo de ningún otro y cargará, además de la pesada loza de realizar una administración impecable, con el mínimo margen de error (además a ello se comprometió) ser consulta obligada en tareas de política de los pocos ratos libres, porque el camino apenas inicia y las condiciones son complicadas. En estos tiempos solo podrán gobernar los que cuentan con oficio y… los que cuentan con oficio.
El discurso de MMG mostró al político hecho, al que dejó de ser el pertinaz buscador de coyunturas en momentos imposibles para convertirse en hombre de Estado, en estadista. Lo que algunos conocen pero pocos sabían es que los pantaloncillos cortos los ha dejado hace tiempo atrás y a partir de los últimos años (digamos diez para no fallar) se perfilaba el político, el hombre hecho que vimos en Teopanzolco el domingo. El de la cordialidad política, el que no escatimaba el apretón a un gobernador de otro partido pero gobernador de Morelos al fin, el que tendió “el puente de plata” y a la mitad se encontró con el mandatario estatal, el que entiende que solo caminando juntos, haciendo la lucha pareja, Cuernavaca podrá lograr lo que ayer Martínez Garrigós ratificó como los compromisos para regresarle el rostro sonriente a Cuernavaca.
Y el gobernador Marco Adame cumplió con su tarea de asistir a la toma de posesión de los alcaldes, pero en especial la de Cuernavaca parecía complicada, se avizoraba ríspida. Lo fue a la llegada y en tanto él cumplía en el respeto del protocolo municipal. Y notábamos el intercambio que hacía con su personal y con el síndico. Intuimos que había alguna resistencia para tomar la palabra, sobre todo dándole su sitio al presidente municipal. También era claro que Manuel le solicitaba tomara la tribuna. Y apareció el Marco Adame político, el de la cordialidad política, el del discurso elaborado sobre la marcha (esto fue evidente con sus anotaciones y las recientes palabras de MMG), el orador consumado, pausado y certero. La correspondencia a la cortesía de su anfitrión aparecía una y otra vez. Asumió su papel de gobernante, de estadista y de morelense. Adame mostró, además, templanza, sensatez e inteligencia.
En una palabra: mejor, imposible.
Y de remate: las dos palabras que Martínez Garrigós soltó con energía –“¡Silencio! ¡Y respeto!”, así separadas, porque esa pausa tuvo— cambiaron el curso de un evento que pudo ser desagradable. Vimos a un Manuel con las herramientas para emprender la dura jornada de cambiar Cuernavaca.
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