miércoles, 3 de febrero de 2010

¿Festejos? ¡No mamen!


JJF
Prohibido Prohibir
2 de febrero 2010                          

    De moda las cabalgatas, elitistas por supuesto, desde la parte oficial han arrancado con los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana. Morelos jugó papel importante en estos dos eventos históricos, por lo que se esperaba más por parte de los organizadores. Encontramos en el archivo de esta columna, hace seis meses, los preparativos de los jinetes encargados de dar forma a lo que será La Gran Cabalgata, la del “Bi” y del “Cen”. Ha pasado medio año y no se sabe de nada, en los hechos, digno de José María Morelos y Narciso Mendoza “El Niño Artillero” hace 200 años ni del general Emiliano Zapata, Pablo Torres Burgos y Otilio Montaño hace cien.
    Mientras, nos recreamos con sucesos reales de morelenses—morelenses que no necesitaban ser diestros en la monta, ni vestirse ridículamente de charros para saber lo que eran los mulazos de la Revolución.                                                                                                                                                                                                           La Cabalgata, el aprendizaje sobre los caballos y La Chicuasa
(Escrito en Prohibido Prohibir el 13 de agosto del 2009)
                             
         Es nuestro trabajo así que hay que hacerlo. El tema de la “Cabalgata Gillete” anunciada hace unos días por el gobierno del Estado como parte de los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, generó reacciones diversas, todas de amigos. El que escribe escuchó desde niño los relatos obligados en la escuela y aquellos sabrosísimos de quienes vivieron la justa revolucionaria, así que dejaron impreso un orgullo absoluto por el paisano Emiliano Zapata Salazar. Obligábamos el tema con la abuelita Carmen Lozano, que convivió años cerca del rebelde caballerango, y de acuerdo a sus palabras le hubiese gustado “conocerlo más, pero era amigo de mi padre y no se pudo”. En una palabra la niña de 10 y la jovencita de 16 no pudo más que bailar con el general cuando con violines le festejaban sus 15 años el 3 de enero de 1918 en El Mineral del Oro en Huautla, Tlaquiltenango.                                

Un periodista norteamericano que cubría las filas zapatistas, con meses en la refriega, le tomó las placas que tiempo después regaló a su familia. Fue el tesoro más preciado de la jovencita, perdido al paso del tiempo en alguna valija de sus hijos que, ni por asomo, respetaron el valor a una escena envidiable: su madre con el general, tomados de la mano, ella con sus seis dedos (le decían “La Chicuasa” porque en náhuatl chicoasen significa seis y ella siempre fue más que todos con sus 24 dedos) y Emiliano, gallardo, en una imagen inusual: sonreía. Fue ella, a la hora de llevarle la comida qué se lo recordó y él, atento, le preguntó qué le podía regalar.
         --“¡Pues que baile conmigo y le ordene a los músicos y a mis padres que hagan la fiesta!”
         --“Bien, Carmelita, así será, que maten uno o dos animales”, respondió.
         Recordaba doña Carmen la víspera. Se encontraron con los federales por el rumbo de Alpuyeca y se dieron el primer agarrón. Como de costumbre, un grupo armado se llevaba a las mujeres y sus niños en tanto los otros resistían ataque. “Llegamos a Chiverías y ahí los esperamos. Llegaron correteados con los “pelones” atrás y, de nuevo, a moverse”. Aquí tenemos su relato: “No paramos hasta El Higuerón en Jojutla donde se suscitó la última refriega. Otra vez a galope hasta detenernos en lo que hoy llamamos Valle de Vázquez”. Comentaba que ahí se juntaron con la tropa, revisaron lesiones, provisiones y de ahí empezaron la cuesta hacia el alto Huautla, uno de los lugares geográficos desde donde Zapata y su gente iban a Puebla, a Guerrero y se diseminaban por Morelos. Es, para los que no conocen, un sitio lejano, de una vista preciosa,  –y en aquellos tiempos, invaluable, porque se explotaba la mina de oro y el general acuñó sus monedas--. Justo ahí, en el municipio más grande del Estado, donde nació Carmelita – en la cabecera, a dos cuadras donde está el actual Ayuntamiento—“La Chicuasa” celebró sus XV años entre fogatas y con un cielo estrellado, en el invierno de los primeros días del año del Siglo XX.

         Los que recuerdan en Jiutepec y Cuernavaca a doña Carmen Lozano, estarán de acuerdo que al leer o escuchar lo de la “Cabalgata Gillete” iba a intentar regresarse a la década de los 30’s y 40’s que se plantaba frente al Palacio de Cortés, con sus hijos pequeños y medianos (tras perder a cinco de ellos, en una semana cuando “la peste negra” en los años 20’s), luego que inspectores de reglamentos y gendarmes le tiraran su puesto de madera a espaldas de la Iglesia de Tepetates, porque el padrecito no le gustaba que ateos, protestantes o agitadores –así la calificaba nada más porque no iba a la iglesia ni le entraba con las cooperaciones—e iniciaba sus protestas no con discurso escrito. No sabemos si fue la primera en ponerse en huelga de hambre con todos sus hijos –no como acción civil, simplemente no tenían con qué comprar--, pero casi aseguramos que inauguró un modelo de protesta civil con su proclama:
         --“¡Gobernador! ¡Soy trabajadora y mis hijos tienen hambre! ¡Tus esbirros y tú solo saben robar! ¡Aquí voy a estar el tiempo necesario! Y que te quede claro, pinche gobernador: ¡Chingas a tu Madre!”.

         Más de dos ocasiones tuvieron que levantarle su negocito, ahí en Clavijero que, si a cualquiera se le ocurre detenerse, revisar minuciosamente, podrán encontrar ahorita o mañana clavos que fueron ahí puestos para que colgaran cazuelas y jarros de barro. Fue la primera Fonda de “La Güera” en 1938 que en 1952 heredó a su hija Angela (la madre del que escribe y de los que se quieran sumar en buena lid) cuando nació su primogénito Piteco.

         Esa señora, doña Carmen pasó tardes y noches largas, amenas, con un servidor, con el privilegio de vivir pegado, casa con casa, sus últimos 15 años de vida. No había desperdicio. Memoria privilegiada. Claridosa, siempre cuidando sus marranos y sus hortalizas (sembraba cebolla, cilantro, jitomate, y en su hermosa huerta se caían los mangos criollos, se comían las granadas, los plátanos dominicos y las inolvidables “lenguas de vaca” que con limón y sal eran excelente tentempié). Y tenía un burro –que no era ninguno de sus hijos o tantísimos nietos cercanos a esa figura en acciones—nada más para no perder la costumbre. No queremos imaginar a la revolucionaria de verdad, conocer de noticias frívolas o de ocurrencias que le fincan carácter oficial. Conociéndola, usaría la tecnología para pagar una carta abierta y decir lo que siente cualquiera que haya participado o se precie de ser morelense con un respeto al Indio Suriano Emiliano Zapata. Las mentadas de madre serían nada. Les recrearía las otras cabalgatas, las de las balas zumbando los oídos, las corretizas desde Alpuyeca hasta Valle de Vázquez con sus relevos. Sin embargo, el que escribe aclara que respeta a todos aquellos que tienen costumbre, vocación por la monta de caballos, los que los han acostumbrado desde niños y hacen un arte colorido con sus suertes. Pero no imaginamos a persignados  --Zapata también lo hacia, pero entre el plomo de los federales—usurpando la vestimenta ranchera, la charra, la camisa de manta, espuelas y demás, dentro de un festejo al que le han dado una difusión que si se acercan al 10 por ciento de lo que anuncian en el país, quedaríamos satisfechos.
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