Bancos
11 agosto 09
Javier Jaramillo Frikas
Columna
Prohibido Prohibir
La mañana de ayer se perpetró un asalto bancario más. Nadie sabe el monto de lo sustraído, cuantos malhechores lo hicieron, y menos se conocen los videos que estas instituciones tienen. Este es un delito sin huella, de los más socorridos en estos tiempos difíciles. Y para que ello se pierda en las sombras y únicamente quede una averiguación previa tan floja que nunca caminará. ¿Por qué la noticia prolifera de estos atracos y ninguna autoridad exhibe como en los viejos tiempos a los delincuentes? Es sencillo: la banca mexicana –o cuando menos la de Morelos—ha implantado una política simple, diseñada por auténticos burócratas, Gutierritos modernos cuyo manual siguen a pie juntillas los atribulados empleados de las sucursales. La orden no se necesita escucharla de labios de uno de estos funcionarios para que la conozcamos: “No den aviso hasta que lleguemos, no abran la puerta a la policía, ninguna explicación a los clientes y no hagan ninguna señal que atraiga a las autoridades”. Tal pareciera que son cómplices de los ladrones, que son robos concertados, sin mácula.
¿Y las autoridades? Ahí, en espera que les den aviso, una hora después, cuando los maleantes ya están en Guerrero, el Estado de México o el Distrito Federal o a dos cuadras del evento. El de ayer a la sucursal Bancomer de la avenida Cuauhtémoc a la altura de Potrero Verde se dio a las 11 de la mañana más o menos, era el mediodía y el ministerio público, la ministerial, la estatal o la metropolitana nada sabían. Cuernavaca es una ciudad geográficamente complicada para la vialidad pero simple para “sellarla” en un problema mayor. Con cuatro entradas y salidas visibles, la coordinación de las diversas corporaciones policiacas bien puede anotarse un triunfo si al empleado obediente se le ocurre pisar el timbre de alarma que suena en las policías cual llamado al recreo en una escuela popular. ¿Estarán desconectadas estas herramientas de previsión? ¿Ya revisaron eso el centro bancario y el gobierno? La sucursal Bancomer de Potrero Verde tiene esa alarma en el piso.
No llevamos el número de asaltos bancarios pero ni vale la pena, porque no pasa nada. Quizá en los medios se tenga la nota cuando a la policía se le ocurra cumplir con la ley y llevarse al gerente por obstruir a la justicia, porque si bien los bancos son privados tienen una función pública, acude el ciudadano común, confiado, y este tiene garantías que salvaguarden su integridad. Sus propios empleados son gente del pueblo. Sin embargo, los atracos de este tipo comienzan a proliferar, surgen como epidemia y no hay autoridad que los frene. Serán una banda o cuatro, pero trabajan sin problema. Tal vez se lleven un millón o dos mil pesos, para los dueños de los bancos y sus Gutierritos no importa porque su dinero está asegurado. Se ha hecho un círculo vicioso que va a concluir con el desinterés tanto de la autoridad como de la sociedad…en tanto no surjan víctimas inocentes.
Bajo estas condiciones ventajosas, no tardan en aparecer los émulos de Alfredo Rios Galeana, de Teódulo Díaz Díaz, de aquellas celebridades delictivas que robaban bancos cuando esto era negocio. Ríos Galeana fue no hace mucho recapturado cuando, retirado, trabajaba como empleado en Santa Anna, California. Teódulo a mediados de los 70’s salió vestido de mujer del penal de Acapantzingo un domingo, abordó en El Polvorín un autobús a Iguala y dos días después era asesinado a las afueras de un banco que terminaba de asaltar. En el penal era “el bueno”, “el jefe” al que rendían cuentas directores, custodios y reclusos.
Han muerto varios policías judiciales morelenses que combatían este rubro, la mayor parte por la edad y otros quitándose la vida por sus enfermedades como sucedió con el comandante Hilario Coria, conocido en el mundo de la lucha libre como “El Chamaco de Morelos”, que le tocó ser parte de la penúltima persecución a una banda de asaltabancos, tras que estos vaciaron las cajas de un banco en el Casino de la Selva. La avenida Plan de Ayala fue el escenario de la corretiza que terminó con los bandidos heridos y capturados y Coria con un balazo que le atravesó el hombro. Eran otros tiempos. La sociedad les reconocía su valentía y los respetaba.
Más cercano fue el asalto al banco en Tepoztlán, allá a principios de los 90’s con una balacera que no dejó a ningún civil herido, pero a cuatro de los cinco asaltantes muertos a las puertas del banco, prácticamente cazados por un militar nativo que estaba franco, quien solo subió a una planta alta, justo frente a la instalación, y disparaba con precisión conforme salían con el botín. Uno de ellos huyó con parte de lo sustraído, Carlos Mafalvón, que semanas después fue asesinado en un “tiro derecho” con un vecino de los Patios de la Estación en un duelo a puñaladas. Mafalvón quedó muerto frente a la estación de los Pulmman. Al frente de los delincuentes en lo de Tepoztlán iba una mujer apodada “La Mojarra” y un cuernavacense que tratamos desde niños en el Parque Revolución y en la escuela primaria: Héctor Rodríguez Montenegro, que recién con los demás abandonara el penal de Atlacomulco. Salieron para cometer un asalto y morir sin saber quién les disparaba ni desde dónde.
Hoy, los riesgos de los delincuentes son menores, saben bien que no hay problema, que pueden llegar a cualquier banco, sacar sus armas, amagar al personal y cuenta habientes, y jugar a “las escondidillas”, sabedores que van a contar del uno al sesenta durante sesenta veces, una preciosísima hora, tiempo más que justo para ponerse a buen resguardo. La frustración de propios empleados, de clientes y, en este caso, de las policías que, cual marido engañado, son los últimos en enterarse.
Y Los Gutierritos con sus Patrones, felices, festejando que su estrategia de dejarse robar y acomodar las cuentas para que las compañías de seguros les paguen, a lo mejor, mucho más de lo que realmente se llevaron los tranquilos roba bancos.
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