lunes, 20 de diciembre de 2010

La Efeméride y Ramón El Cubano

Unión de Morelos
Javier Jaramillo Frikas
Prohibido Prohibir

Hoy dos noticias llaman la atención: el primer aniversario de la muerte de Arturo Beltrán Leyva y “la cuerda” de casi 50 reclusos de Morelos a la prisión de las Islas Marías, en el pacífico norte del país. El miércoles hubo movimientos inusuales entre los cuerpos de seguridad, avisos de eventos que se quedaron en amago y, como comienza a ser costumbre, el nerviosismo de las autoridades ante lo que ellos deben prevenir y hasta predecir y que solo generan con sus acciones, especulaciones serias. De los mismos cuerpos policiacos parten los rumores sobre posibles acciones de la delincuencia organizada en conmemoración al luto que hace un año vive la familia Beltrán Leyva. Un mandatario experimentado no cejaba en subrayarle a sus colaboradores que atendieran la efeméride y los acomodaba: el estiaje, la revisión contractual con los maestros junto con el movimiento de las normalistas de Amilcingo, lo cíclico. Eso pasó a la historia. Hoy, junto con esto que comentamos y muchas cosas más que incumben directamente a la política y la administración pública, debe atenderse lo que mayormente preocupa a la sociedad: SU SEGURIDAD y el derecho de transitar por SUS CALLES.


En el pasado, que a un preso le avisaran la posibilidad de enviarlo a las Islas Marías merecía la calificación que hoy cualquier persona privada de su libertad le digan que va al Altiplano—La Palma—Almoloya. Era el terror. Incluso en novelas gráficas se mostraba ese lugar como el mismo infierno. Un viejo amigo, de los primeros presos en el país por lo que hoy llaman delincuencia organizada, cubano de origen, bohemio, gran conversador y que tuvo el final que cualquiera quisiera para sí: morir en paz, en su cama, sin problemas. Muchos en el Morelos de los 60,70 y todavía 80 lo conocieron. Se llamaba Ramón González García y lo mismo le decían “El Cubano” que “Don Ramón”. Viajero obligado de los Estados Unidos a México, de aquí hacia Argentina, de allá a Colombia, fanático irredento de Carlos Gardel (que hace días cumplió 122 años que murió), con algo de poeta y mucho de vida.


Los muchachos del barrio lo conocimos siendo chamacos, en el retiro de su agitada vida, muy poco dado a comentarlo, pero en ocasiones le ganaba la emoción y lo compartía muy en corto. Una de esas, mirando el box, emocionado el que escribe, le comentamos que en el libro del célebre asesino serial de mujeres, Goyo Cárdenas, lo citaba, que lo manejaba con respeto y lo llamaba “Don Ramón, El Cubano, mayor de la Crujía H” y que aparecía en una fotografía con Cárdenas dándole “bola” en su cajón de lustre de zapatos dentro de la mítica cárcel de Lecumberri, recordada como “El Palacio Negro”. Su reacción fue de molestia. “Ese hombre es un pobre diablo, que tiene que estarme metiendo en sus cosas”. Habían pasado muchos años, Goyo Cárdenas posteriormente sería liberado, se titulo en la cárcel como abogado y lo trataban cual celebridad a pesar que había asesinado múltiplemente. En una palabra: nunca “se rifó” al interior ni afuera, era un homicida frío, calculador y, obviamente, trastornado.


Bueno, el primer dato que en Morelos y parta del país tuvieron sobre al alcaloide llamado cocaína, fue luego que una casa en la avenida Morelos Sur, explotó con un estruendo que cimbró esa región exclusiva de la ciudad. Eran los años 65,66, por ahí. Se conoció que murió una persona, que dos más estaban heridos, que eran extranjeros y la razón era tan extraña como inusual: estalló un laboratorio de cocaína. ¿Qué es eso? Bueno, entre el pueblo—pueblo esa droga se sabía por películas o novelas pero no era de consumo. (Comenzó su consumo en altas esferas a la llegada del gobernador Armando León Bejarano y sus compinches, entre ellos el delegado de la Dirección Federal de Seguridad, Rafael Aguilar Guajardo –segundo jefe del Cartel de Juárez—y Luis Villaseñor, jefe de la judicial en dos periodos durante ese sexenio negro).


Hablamos de Ramoncito porque estuvo en las prisiones más temidas de la época, siempre le dieron trato preferencial, al grado que allá por 1968, veíamos llegar a la más bonita vecindad que hemos conocido en nuestra vida, La Feria de las Flores, a la casa de doña Mary, su esposa, un séquito impresionante con una bella mujer inconfundible, Yolanda Muñoz “Tongolele” acompañada de su marido y músicos. Tremendas pachangas. Oficialmente don Ramón era un preso del penal de Atlacomulco, pero en las noches con su guardia de custodios no solo iba a su casa sino se divertía en “El Bohemio” de su paisano y amigo Alberto Duarte Segundo, ahí mero a dos cuadras de la vieja penitenciaría. Su caminar por prisiones había sido tan extenso como intensa su vida. Cuando sale libre se convierte, por sus años y con una familia bien lograda a partir que doña Mary entra a su vida en una inesperada coincidencia (ella fue en servicio social y le gustó el chaparrón, de ojos claros, calva prominente, velludo y de anchos y largos brazos tipo Ultiminio Ramos).


Llegó a vivir en Zarco y sucedió lo increíble: hizo tarea de formar jóvenes en base a sus experiencias, para sacarlos del mal camino. Bebedor controlado, declamador de excelencia y pocas, muy pocas veces, conversador de sus ratos negros, los para olvidar que, para muchos de sus amigos, era su riqueza. Supo darla. Una cosa es cierta, junto con paisanos suyos como Alberto Sicilia Falcón, su propio hermano, fue de los primeros jefes de lo que después y hoy llaman delincuencia organizada en este país a nivel internacional. Cayó preso, salió libre y se retiró, sin dinero, con un puestecito en la entrada de Galeana del gobierno a vender papas cubanas con cremas, exquisitas, a vivir trabajando modestamente. Eran otros tiempos, otras las condiciones y Ramón salió a vivir tranquilo para morir igual.


Estas historias, reales porque somos muchos los que lo conocimos, son irrepetibles. Era un delincuente, confeso y él mismo lo exhibía, pero cantaba a Gardel, declamaba a Nicolás Guillén, Amado Nervo y José Martí, leía a Pablo Neruda y Gabriela Mistral y preparaba “moros con cristianos” en ocasiones especiales y a sus amigos. No dejo un peso, una casa, un mueble, alguna cacerola, pero sus hijos, todos, son gente productiva, de bien, estuvo con ellos para educarlos. Hoy conocemos otras historias, todo va ligado con la pólvora y reina la ignorancia. Tan delincuentes nuestro querido amigo como los actuales, lo único que cambia son los escenarios y los actores, pero aquel era de categoría, es la edad, chocheamos seguro, pero la angustia que la gente común vive, sin relación alguna con las pandillas que se adueñan de las calles, es notable más que notoria.


Por ello lo de las efeméride, lo de las Islas Marías y el pretexto de recordar a Ramoncito, al que conocimos más parecido a un monje tibetano que a los modernos Lex Lutors que los medios presentamos con etiqueta de leyendas. Y otra cosa: hoy ir a las Islas Marías es como vacacionar un rato en una playa llena de sol, arena y cocos.
 
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