Javier Jaramillo FrikasProhibido Prohibir
La Jefa perdió el brillo enigmático de su mirada, duro y tierno, tan suyo, años atrás cuando empezaron a ganarnos la partida los más queridos. Hace seis años, ese 22 de diciembre del 2004, fue a su cita con esa parte intensa de sus amores, allá al Parque de la Paz. Los médicos que la recibieron en el hospital general “José G. Parres” luego que el doctor de la familia, “San” Juan Manuel Zurita Gatica claro y certero, señaló que poco había por hacer. No entendían en el nosocomio porque no emitía los gritos de dolor que caracterizan a esa especie de infarto gástrico que fue la gota que derramaba el colmado vaso entre una persona, grande ser humano, que hacía años quería estar en otro lado menos en la vida. Bloqueado el dolor físico, las dos hermanas, las auténticas guerreras que cuidaron sus últimos años, meses y días, estaban bien, con la influencia de la tranquilidad en ese rostro tan históricamente intenso. Sabíamos que no había forma de retenerla, pero quedaba claro que esperaba el momento de la mudanza al lugar donde quería. Estaba en paz y ya se iba. No al modelo natural que fue su sello, claridoso e inflexible. No, lista para colgar las cazuelas, las ollas, el metate y el nixtamal, ingredientes que marcaron su vida productiva, que le permitieron forjar una familia numerosísima y legarle a cada uno de sus hijos dos condiciones indispensables: dónde y de qué vivir.
Sí, hoy es de los días especiales que el columnista abusa de sus gentiles, amables, aguantadores lectores, porque no nos metemos en terrenos de los sucesos públicos. Recientemente, justo un mes, el 22 de noviembre, El Jefe del Clan Jaramillo cumplía 25 años de ausencia. Mostramos una foto con amigos y el inmenso cubano José Antonio Méndez en La Fonda de la familia. Hoy tratamos de enviar otra gráfica, del año 1954, sería el mes de mayo—junio, donde está la pareja de jóvenes, en la espera del segundo hijo que nacería el 12 de octubre de ese año, ni más ni menos que un servidor. Poco avance de tecnología, que ultrasonidos ni que nada, pero los invitamos a ver el vientre de la joven de 20 años, Angela Frikas Lozano, “La Güera”, por ahí aparecemos, solo que no sabían si sería niño o niña, coche o camioneta o si iría o vendría en la vida. Un enigma.
Cuando empezamos a ser menos se hizo el compromiso consigo mismo este que escribe de evitar que el olvido nos arrebate su recuerdo, junto con la parte física de los que queremos. Aquí se aplica la máxima del poeta y compositor yucateco Sergio Esquivel, talentoso y sensible mexicano y mejor amigo, de que “Nadie se va del todo”. Ahí están, en los ojos de Jara igual a los de José Alfredo, el morenazo hijo de la menor Carmela, o en la mirada de “La Güera” que varios de sus nietos heredaron, como la más pequeña de todos, que tenemos por aquí cerquita. ¿Cómo se va a ir? Desde hace días la amenaza—recomendación de hermanas, hermanos, amigos de la familia y hasta algún contemporáneo de Angela: “Que no se te olvide, el 22 cumple años que está con aquellos La Jefa”. En efecto, don Juan Jaramillo Ortiz, el mayor Esteban “El Piteco”, futbolista y bohemio y el cuarto al orden José Alfredo “El Tatis”, bohemio y gladiador de las calles. Todos juntos, como en las reuniones sin horario ni fecha en el calendario –diría el Caballo Viejo venezolano—que celebrábamos con comida, mucha y unos “pegues”, de esto siempre había más y todos alegres, guitarristas tan buenos e inolvidables como Adolfo Lugo Caballero “El Huevo”, Jorge Núñez Suástegui “El Ney” y Miguel Bosques “El Húngaro” o “El Viejo Mike”, este trío también les toca allá, en el terrenote de los rumbos de Chipitlán.
“La Güera” nació accidentalmente en Tlaltizapan, el 20 de agosto de 1934, en un cruce famoso de la población llamado “La Y Griego”, donde su padre Giorgios Frikas Poulos se detenía en las jornadas agrícolas que por la entidad realizaba desde Atlacomulco hasta Tlaquiltenango, donde se asoció con productores del campo en la siembra del jitomate mejorado que trajo a Morelos. A “La Güera” la registran dos o tres días después en Jiutepec y a la partida dos años después de su padre al norte del país y la abuelita no quiere acompañarlo, vive en Cuernavaca, en pleno centro.
A los cinco años, en 1939, se instalan en la vecindad de El Amate en Zarco ya con su fonda justo en la espalda de la iglesia de Tepetates en Clavijero (hace unos meses invitamos al querido Carlos Reynaldos Estrada a corroborar que aun siguen ahí los clavos donde colgaban cazuelas y sartenes del negocio desde 1938 que la instaló doña Carmen Lozano Estudillo, nacida el 3 de enero de 1903 en Tlaquiltenango. Los vimos, los tocamos e invitamos al que guste a que lo pruebe. Esos fierritos son parte de Cuernavaca). De la parte materna, la raíz de Angela se remonta al Siglo XVIII en lo que es el sur de la entidad. Su abuela materna era Beatriz Estudillo Ingelmo, que nació en Amacuzac; la bisabuela paterna doña Juanita Neri de San Nicolás en Zacatepec, madre del coronel zapatista Agustín Lozano Neri, nacido en Jojutla.
Existe el sello de origen, ahora hay que preservarlo y una de las formas es honrando a nuestros idos para mantenerlos con presencia. Ahorita, por ejemplo, La Jefa la tenemos aquí, con su voz inconfundible, gritona, palabras altisonantes normalmente, pero un corazón y un compromiso por su tierra y los suyos que nos tiene orgullosos. Claro: ¡¡¡Fue Mucha Madre!!!
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