10 septiembre 09
Javier Jaramillo Frikas
Columna
Prohibido Prohibir
Dice un clásico: “Alabanza en boca propia es vituperio”. Sin embargo ante los anuncios de cuanto gobernante sabemos en el país de todas las divisiones –que niveles ni que nada--, nos obligamos a recordar un duro, tenso y largo episodio hace unos 10 años cuando al país le imponían el robo más grande de su historia, aquel aberrante, criminal, arbitrario y méndigo Fobaproa–sí, sí, méndigo de gandallas no mendigo de jodido que en este caso se aplica igual: los primeros están en el gobierno, los segundos en el pueblo--. Como se acostumbra traducir a los mexicanos las siglas de agencias u organismos gringos, nosotros lo hacemos para que de la memoria no se escape: Fondo Bancario para el Rescate de sepa la goma qué. La cosa que fue un asalto perpetrado por el gobierno de Ernesto Zedillo y avalado en el Congreso de la Unión por el Partido Revolucionario Institucional y el Partido Acción Nacional. Los únicos que votaron en contra fueron los del Partido de la Revolución Democrática.
Hubo decisión en cuatro personas, diputados federales, priistas, que anunciaron su voto en contra. Tres se denominaron Grupo Aguascalientes que sostenían diferencias con el coordinador de la fracción, el tabasqueño Arturo Núñez Jiménez, un sujeto de cara idéntica al mítico Pingüino de la película Batman interpretada por Danny de Vito –hoy converso perredista, honorabilísimo senador de la República, ayer operador del robo—y otro solo, más convencido por lo que sucedía en su entorno y por la claridad del asalto oficial, que por las razones acompañadas de cifras que enviaban funcionarios federales a cada legislador o por la orientación—orden del coordinador. Ese hombre es hermano del que escribe, se llama Juan Jaramillo Frikas y es razón de orgullo de la familia en aquel momento y más al paso de los años, cuando quedó probado que su voto en contra tiene un valor histórico no obstante las presiones, amenazas e insultos multiplicados.
Obviamente que lo vivimos intensamente, muy cerca, por razones de sangre y por una circunstancia más; el que escribe trabajaba como funcionario en el gobierno emergente de Morelos –a la salida de Jorge Carrillo Olea—como coordinador general de Comunicación Social. Una muestra la sentimos la víspera en una reunión en la oficina del secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa, de acceso restringido, en compañía del gobernador sustituto, el entonces priista Jorge Morales Barud –desde hace unos años empleado en varias posiciones de gobiernos del PAN, hoy secretario general del gobierno—y otros servidores como el procurador de justicia. Cuando Labastida tuvo a su vista la lista de los asistentes, cambió el rostro. Le incomodaban los apellidos y sería mucha coincidencia que aquel Jaramillo Frikas nada tuviera que ver con este Jaramillo Frikas. Y eran de Morelos. Dirían en el pueblo: “a veinte” por lo que haya pensado, dicho o escrito el frustrado candidato a la presidencia meses después. Trato distante y reunión exprés en Bucareli. Ese mismo día Juan recibía la enésima advertencia del subsecretario de Gobernación, Jesús Murillo Karam, ex gobernador de Hidalgo, todavía sin entrar en los terrenos de la exigencia con improperios que más adelante les comentaremos.
Se acercaba el día y subía el tono de diversos frentes. “Habla con él, a ti te hace caso”, lo mismo que “se va a meter en problemas y lo pueden desaforar” o la amenaza velada “no le vayan a hacer algo, está desafiando al presidente Zedillo”. Tocamos el tema varias ocasiones, normalmente en los encuentros en la Fonda de la Jefa, con ella siempre como oyente indiscreta y partícipe. Fue consultada, se le dieron explicaciones y ella colocó el moño a la decisión: “La cosa está fea, fulano el de los abarrotes se endeudó con el banco, ahogado por los intereses lo presionaron, no aguanto y se pegó un tiro en la cabeza. Tenía 28 años y recién se casó. También zutano, el del huevo, los banqueros amenazaron con meterlo a la cárcel y se ahorcó”. Eso era el Fobaproa: proteger a los señores del dinero aunque los suicidios en el país se sumaran por centenas. Si alguien busca estadísticas de esas muertes en el lapso, le van a dar escalofríos. Fue una matanza inducida oficialmente. Mientras el gobierno y sus compinches evitaban la debacle de los banqueros y sus aliados, entre la población común se amontonaban cadáveres.
Los persuasores iban desde el “dile que no sea protagónico” hasta el “es igual, de todas maneras el Fobaproa, va”. Y la respuesta siempre fue la misma en cada uno de la familia que recibió avisos amistosos: “Es una decisión tomada por él y apoyada por toda la familia”.
No crean, queridos lectores, la tensión estuvo buena. Los del Grupo Aguascalientes insistían que se sumara. “Sólo te van a despedazar, a expulsar de la fracción, incluso del partido”. No. El que los encabezaba, el hidrocálido Oscar González, poco después fue candidato a gobernador, perdió con el PAN y existe la presunción que “se caminó” con la lana de una campaña que no hizo. Esa era una de sus intenciones desde el 99. Recibimos llamadas de amigos de la prensa, algunos jefes de comunicación, el de la misma cámara, que solicitaba “tus buenos oficios para que cambie su actitud el diputado”. No había regreso. El voto contrario estaba reflexionado lo suficiente para estar convencidos que el Fobaproa haría estragos en el país. Nada más en el mercado hubo dos muertos por su cuenta y un sinfín de enfermos, incluso diabéticos desde entonces.
Compartimos esto porque la maquinaria oficial evitaba que en Morelos se conociera lo que el legislador pensaba, se cerraron los medios y solo algunos amigos en la ciudad de México le dieron voz antes y después y puntual registro. Sin embargo, la avalancha pagada por el gobierno federal en medios perdía cualquier opinión contraria. Era un ogro, antirevolucionario, antidemocrático, indisciplinado, revoltoso, y le harían pagar caro la osadía.
Dos días antes la presión arreció desde Gobernación. El encargado era Murillo Karam, famoso por su dureza, que una y otra vez amenazaba. Otro el coordinador de la fracción en San Lázaro, Arturo Núñez Jiménez, que al no encontrar respuesta trató de arrinconarlo en cuanto a los apoyos administrativos que tiene cada diputado. No hubo momentos de flaqueza, había hablado en contra del Fobaproa y había que esperar los acontecimientos.
El Día de la Votación llegó. Cualquier precaución no funciona ante el aparato del Estado. Había que irse “a la buena de Dios”. Quisimos acompañarlo. Ambiente tenso pero firmeza en la decisión. En el camino, por la caseta de Tlalpan recibió una llamada del subsecretario Murillo Karam, gritando, ordenando y advirtiendo: “Que te quede claro que las diputaciones son del partido y si no obedeces, atente cabrón”. La respuesta de Juan fue igual a las que se acostumbran en los mercados y las calles populosas de cualquier lugar: “Vaya a la chingada, pinche pelón”. Se complicaba, pero no había otra. Y advertía: “Estos cabrones van a buscar incluso que no llegue a la sesión o van a obstaculizar mi ingreso desde la puerta”. Qué fuero constitucional ni que nada. Era el aparato oficial, nada más. Con la mirada desafiante de guardias, el desdén de priistas y panistas, todavía en el vestíbulo lo tomaron diputados enviados por Arturo Núñez para que cambiara su posición. “No lo hagas, vas a enviar una señal que daña a la fracción. Arturo te da la oportunidad. Va a ayudarte para asistir a parlamentarias, te va a incluir en comisiones importantes. No lo hagas”, le insistían. Se fue a su cubículo ante la mirada de muchos. Quizá en alguna de las controversias desde tribuna con panistas o perredistas lo voltearon a ver o le prestaron la atención que dan a los demás, pero nunca como ese día capturaba a la mayoría, incluso su reojo. Era el único no perredista que votaba solo.
Con un acompañante y gracias a reporteros amigos, nos situamos en lo que llamaron “El Corral de la Ignominia”, área destinada a los periodistas para que no se mezclaran con los legisladores. Cerca se encontraba el maestro Miguel Angel Granados Chapa, viejo conocido. Había otros. Pocos sabían del parentesco. “¿Qué milagro?”, dijo alguno por ahí al encontrarnos. “Vengo a ver a mi hermano, a ver como le va” y lo señalaba hasta su asiento. “Lo van a descuartizar estos cuates, han preparado una logística especial para cuando aborde la tribuna”, decía otro. Ni para advertirlo. Era inminente y hasta natural. La jauría echaba rabia por sus hocicos. Una sesión tensa, llena de gritos desde antes que sonara la campanita de apertura.
Comenzaron y los perredistas, ubicados del lado izquierdo visto desde la entrada, tenían hechas consignas. Pero el PRI--PAN era gran mayoría y con palabras en conjunto ensañadas y bien elaboradas, los callaban. Eran gritos contra gritos. La tribuna se abrió para aquellos que se inscribieron. Juan encontró resistencias porque los priistas no lo reconocían en su lista. El alegaba que era diputado con los mismos derechos y obligaciones que los demás. Lo anotaron casi a fuerza, pero los del PRI—PAN tenían su plan en caso que así fuera, así que sobre la marcha modificaron. Y como se dice en el argot de las cartas: “lo echaron en medio”. La retórica dominó. Los panistas y priistas clamaban por la bondad de la Ley Fobaproa, hablaban del desarrollo del país, que si no tomaban esa decisión México se quebraría, que era doloroso pero necesario. Bla, bla, bla y bla.
Pero la hora tenía que llegar en la larguísima sesión. El presidente de la mesa anunció al diputado Jaramillo para hacer uso de la tribuna y cuando mencionó el tiempo lo hizo con puntería, fuerte, dueño de la situación, amenazante. Ahí, los que estábamos lejos y en el caso del que hoy recuerda con el agregado de sangre, tratamos de prepararnos para ser tolerantes. Apenas tomó una hoja y se levantó del asiento empezaron los gritos de toda el ala derecha y una gran parte de la izquierda –del salón, claro--. Ensordecedor. “¡Vendido!, ¡Vendido!, ¡Vendido!”, fue la apertura. Conforme bajaba la escalinata subió el tono casi en su cara: “¡Traidor! ¡Traidor a la Patria!”. Iba a menos de la mitad. Al llegar a ésta más volumen y dureza: “¡Te vas a arrepentir pinche morelense!”. Y luego casi a coro: “¡Hijo de tu puta madre, mal nacido!”. A unos metros de los reporteros –y un colado, el que escribe—estaban diputados del PRI y el PAN. Con un poco de fuerza llegábamos hasta ellos. Daban ganas de meterles, cuando menos, un madrazo. No, a eso no íbamos, pero la sangre es la sangre y estos sujetos obedecían como animales a sus pastores.
Ya en el pasillo central, frente a la mesa, los perredistas lo animaban. “¡Vamos Jaramillo, es un acto de hombría!”, pero ganaban los gritos de la mayoría PRI-PAN y los recordatorios a la gran Güera Frikas eran la constante. Nunca, nuestra madre fue tan mencionada. (Por cierto ella quiso asistir, decía, “para que si te madrean, nos madreen juntos”). No, claro que no. El acto republicano en el principal recinto de este país, en la tribuna más importante de México, era una arena de lucha libre llena hasta las lámparas gritando al rudísimo que lastimaba al técnico. Hubo incluso quienes arrojaron papeles hecho bola o pedazos de fruta. Ese tipo de cobardes como los de las arenas, con la tremenda diferencia que los que asisten a la lucha libre pagan su entrada y a estos les pagaban --y mucho por entrar a hacer que hacían y solo levantaban la mano para aprobar lo que les atravesaran o reventar al diputado rebelde que no pensaba como los coordinadores que, a su vez, obedecían dictados del presidente, del secretario de Gobernación o de subsecretarios como el inefable Murillo Karam--.
Llegó a la tribuna, acomodó el micrófono mientras el coro seguía y el presidente de la mesa como que acomodaba papeles. Obligado por el protocolo le dio la palabra. Juan le pidió el permiso habitual y de nuevo los gritos. Se hizo hacia atrás. Sorbió de un vaso de agua. Trató de hablar. Lo volvieron a callar. Entonces le hizo el reclamo a la mesa. El presidente pidió silencio para que hablara el orador en turno. Y de nuevo los gritos, dirigidos a la jefa. Por fin se pudo. Miró de un lado a otros, como tratando de grabarse el rostro de cada uno de los asistentes, entre ellos los 500 diputados. Y lo primero que dijo, improvisado porque el papel no lo usó, era su origen, un mercado, y luego lo que en esos lugares se daba, las muertes de comerciantes, de pequeños empresarios, de aquellos que no iban a alcanzar, nunca, el beneficio de la ley que estaban discutiendo. Pero la parte clave –para él y los que venimos del mismo lugar—fue que si votaba a favor sería un acto de traición al pueblo de México y, en especial, “a gente que jamás me dejará pisar el lugar en que nací: un mercado. Y prefiero desafueros, expulsiones, gritos, que no poder entrar a lugares donde esta ley va a pegar duro. Mientras, todos los que defienden al Fobaproa, espero que no tengan problemas de conciencia el día de mañana o se los reclamen sus hijos y nietos, porque esto tiene ya endeudadas a muchas generaciones”.
Y se bajó entre los mismos gritos de todos: los del PRI—PAN rayándole la madre y chiflando y los del PRD aplaudiendo. Regreso a su lugar. Los miraba de frente y varios se callaron. Otros seguían insultándolo, seguros que no los iba a buscar en Chiapas, Coahuila, Tamaulipas o Sonora. Se notaba satisfecho, Hizo lo que debía. La prensa nacional al día siguiente en la mayoría de sus crónicas destacaba el trato que le dieron, manejado por los operadores. O lo ignoraron. Hubo otros, entre ellos don Miguel Angel Granados Chapa que fue preciso, equilibrado, incluso la serie de crónicas que hizo desde San Lázaro dieron forma a un libro publicado poco después. Aquí en Morelos no se supo no obstante que un servidor era el coordinador de Comunicación Social, porque no era un evento de gobierno. Además, había que digerir el trago y buscar las condiciones.
Entre los diputados federales estaba el hoy gobernador, Marco Antonio Adame, que si bien votó a favor de esa ley --fue el único legislador morelense que lo hizo, porque los otros cinco eran del PRD y Juan del PRI—no entró en la dinámica de la ofensa y se mantuvo en su lugar, dubitativo.
El regreso a Cuernavaca fue más ligero. No quisimos comer en el DF. “Mejor vámonos a nuestra tierra, no se vaya a atravesar el diablo por aquí”, decía aquel. Tras la alta dosis de adrenalina del que hizo lo que debía, lo que mejor caía era descansar. Nosotros regresamos a la labor en la oficina con la idea que podríamos recoger nuestras cosas, porque ese tipo de trabajos solo los burócratas redomados creen que son eternos y de su propiedad, y de paso atendimos algunas citas. “Tu le hablas a mi jefa, le dices que todo está bien”, fue la forma de despedirse. La Güera se comunicó, cuando menos 10 veces. Quería conocer el desarrollo. La calmábamos y le dijimos que íbamos a apagar el celular y le llamábamos. Había que estar atentos.
¿Qué pasó después?
Bueno, Juan siguió en su partido aunque relegado. En el PRD le hicieron una invitación, pero gente de aquí no lo aceptaba. Quién sabe. Espero el tiempo razonable para reincorporarse activamente a su partido y ahí sigue. Lo del Fobaproa lo saben todos: ha sido El Robo de la Historia en este país.
Y el tiempo que acomode a cada cual en su lugar…
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